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Un OXXO para desaparecer 

Alonso Pérez Gay 

Interiores Oxxo 5.jpeg

I

Desde el principio noté algo raro en José, el del OXXO. Llegó a la tienda de la esquina de C… y F…, en la colonia P…, a mediados del 2016. Yo era, para entonces, maestro de preparatoria y redactor de un portal de noticias. Él era un anciano que prefería no cruzar palabra con los clientes, con una gorra calada casi hasta las cejas, blancas y pobladas y una barba gris, rala y cebosa. Lo vi quitarse la gorra un día de calor. Su cabeza parecía una tutsi pop que se cayó en la alfombra. Se peinó con la mano los pocos jirones que le quedaban y cruzamos miradas. A éste yo lo he visto en algún lado, pensé mientras dejaba el six en el mostrador. El tacto helado de las latas me recordaba el verano que castigaba la ciudad con sus cambios de humor, el sol hacía un comal del pavimento hasta que lo enfriaba con un chubasco. Era viernes. José me atendió cambiando monosílabos por gruñidos. La visera tapaba la mitad de su cara morena. Pude ver su mandíbula prógnata y sus orejas grandes, de anciano, verdaderamente un par de bisteces. ¿De dónde lo conozco? Era como ver a un antiguo maestro de la primaria, a un viejo familiar, a una actor de telenovelas olvidado y transformado inexplicablemente en el anciano que atiende el OXXO.

<José M.> decía su identificador.

—Gracias Don Pepe— me tomé la libertad de llamarlo así y busqué su mirada inútilmente. Alcancé a ver cómo apretaba el ticket en un puño.

Empecé a sospechar desde ese día que el nuevo tendero del OXXO ocultaba sus verdaderas intenciones detrás de la sobrecamisa de la tienda y bajo la gorra. Era hosco pero sin la franqueza de los odiadores. Falsamente tímido y torpe. Algo había en sus modos, como de aprendiz de espía, como de famoso que quiere pasar desapercibido. No podía ser. Era un viejo, sin más, intentaba convencerme, sin compartirle a nadie mis sospechas. Un ciudadano cualquiera que tenía que pasar sus últimos días detrás del mostrador de un OXXO contando centavos, escaneando códigos de barras y haciendo cortes de caja, sufriendo la mirada escrutadora de los vecinos y los clientes.

Pero el viejo empezó a ser para mí una atracción constante, secreta. Algunos días, al regresar de la oficina, lo espiaba desde fuera de la tienda. A todos trataba igual. Me estresaba. Me desesperaba su lentitud. Sin embargo, por varias semanas no hallé nada que lograra desenmascarar lo que para mí era un plan urdido con precisión. Además, para tener sospechas, debes tener claro de qué sospechas ¿no? No era mi caso. La presencia de Don Pepe, como ya lo había bautizado, a unas pocas cuadras de mi casa, sólo acrecentaba la curiosidad que, a pasos agigantados, se convertía en una obsesión sin demasiado sentido. Su plan, si tenía uno, funcionaba a la perfección. Mi novia, asidua al OXXO tanto como yo, no notó su presencia jamás y, si la notó, nunca le mereció comentario alguno. Yo sabía que el viejo cabrón se traía algo entre manos.

Un día en que regresaba a casa, serían las once de la noche, de una reunión con amigos, pasé por algunas cervezas más y una caja de cigarrillos. Detrás de las latas formadas del refrigerador 3 pude ver la figura encorvada de Don Pepe, quien ni notó mi presencia. Lo vi concentradísimo en los garabatos que iba apuntando en una libreta. Escribía con rapidez y soltura. Sin estar seguro de lo que el viejo estaba haciendo, me convencí de que estaba directamente relacionado con su plan secreto. Me demoré tomando las cervezas mientras espiaba sus movimientos en la trastienda y vi que guardaba la libreta en una muy ajada mochila azul.

Yo siempre había pensado en la trastienda de los OXXOs como un lugar inescrutable. Imaginaba sótanos y áticos, bodegas amuebladas de máquinas y cables, llenas hasta el techo de productos esperando a salir a la luz de la tienda. Cuando vi a Don Pepe sentado en un huacal de plástico, detrás de los refrigeradores, tomando notas misteriosamente, mi ya detonada curiosidad cruzó los límites del interés para convertirse en una obsesión casi enfermiza.

 —¿Qué traes?— me preguntó mi novia a los pocos minutos de haber llegado a casa.

—Nada, ¿nos tomamos una y nos vamos a dormir?

No fue difícil esconder mis averiguaciones en torno al viejo empleado del OXXO. Cualquiera lo hubiera tomado como una excentricidad que rayaba en la locura, como una intromisión en la vida de los desconocidos o como una pulsión paranoide poco saludable. Más aún, lo pensaría así mi pareja y hubiera tenido un poco de razón. Hubiera sido incomodísimo, vergonzoso y, sobre todo, me habría alejado de continuar con mi investigación que, al parecer, empezaba a tomar cauce. Nos tomamos una y nos fuimos a dormir.

 

II

 

Afortunadamente la vida cotidiana, el trajín de la escuela y la oficina me alejaron de lo que ya empezaba a considerar como una excentricidad peligrosa. Entrometerse en la vida de las personas, de perfectos desconocidos, con tanto ahínco y sin motivos suficientes es siempre un camino angosto y oscuro que suele terminar en psicosis. Evitaba el OXXO por las tardes y las noches, los turnos de Don Pepe, y cuándo me lo cruzaba, aunque seguía perturbado por su supuesto plan malévolo y su impresionante parecido con alguien, ¿con quién?, maldita sea, lograba ignorarlo y volver a casa pensando en otra cosa. Así transcurrieron algunos meses.

Mi novia se fue de viaje de trabajo y las vacaciones de verano de la escuela me dejaron un hueco en la rutina que pobló de nuevo mi curiosidad por la vida del viejo del OXXO. Iba a la tienda bajo cualquier pretexto y escrutaba a Don Pepe cada vez con menos disimulo. Él seguía evitando la plática a toda costa y desempeñaba sus tareas con bastante más pericia que antes, a pesar de su edad avanzada. Siempre escondido detrás de la gorra. Su casaca había perdido el brillo de los primeros días.

Nada. El viejo Don Pepe era simplemente un viejo que atendía el OXXO. No hay más, me dije un buen día, sin que dejara de resonar en mí la inquietud de su presencia. El calor del verano había dado paso a un otoño sin carácter. El aire tibio de la ciudad se volvió a quedar sin estaciones. Dejé de frecuentar el OXXO, eso me dolió. Empecé a ir a la miscelánea que quedaba a tres cuadras, aunque tuviera que caminar el doble, con tal de olvidar mi obsesión con Don Pepe. Y, en efecto, empecé a olvidarla. A las pocas semanas olvidé incluso que estaba evitando el OXXO y, con la urgencia nocturna de unas quesadillas, recorrí como los noctámbulos el camino que me llevaba al anuncio luminoso, a la tienda por excelencia, en busca de un paquete de tortillas y un queso manchego.

Fui directo a las estanterías, tomé mis productos y el refrigerador de las cervezas me guiñó un ojo malicioso que ignoré porque era martes. Cosa insólita, al llegar a la caja no había nadie. Volteé alrededor, la tienda estaba desierta. Estuve a punto de decir buenas noches en voz alta, como quien se quiere hacer notar, cuando vi, del otro lado del mostrador, la mochila azul del viejo Don Pepe. Fueron unos segundos en que mi fuero interno se debatió entre la moral del buen ciudadano y la oportunidad única de tomar lo que no era mío y terminar de una vez con todas con el misterio.

Rodeé el mostrador y tomé la mochila, me la puse al hombro y salí como hecho la chingada. Al llegar al departamento, crucé los dedos para que mi novia siguiera leyendo en su cuarto. Mejor aún, la luz y la música se habían apagado. Me senté en la sala y puse frente a mí la mochila que acababa de robar. Me asaltó una terrible vergüenza, una sensación de extrañeza sobre mis propios actos, ¿acababa de robarle a un hombre mayor lo que seguramente serían sus pocas pertenencias por un arrebato de detective? Pensé en levantarme y regresar, devolverle la mochila a Don Pepe pero sentí más vergüenza. Temblaba y mi corazón envilecido por el hurto palpitaba como loco.

Abrí el cierre metálico de la mochila, metí la mano. El tacto frío de las argollas del cuaderno me hizo abrir los ojos como platos y sonreír. ¿Me estaba volviendo loco? Con el ruido de la perilla de su cuarto, mi novia se anunció y yo me estremecí para enseguida esconder la mochila debajo del sillón, con la pericia que surge de la adrenalina.

—¿Qué tanto haces? Ven a dormir, es tarde.

—Ya voy.

—¿Qué haces?—repitió cambiando el tono, de pregunta retórica a inquisitiva.

—Terminando de calificar— respondí, al tiempo que me paraba para tomar la computadora y abrirla, justo antes de que su figura fantasmal se apareciera en la sala.

—Estás raro, eh. Yo ya me voy a dormir.

—Ya no me tardo. Que descanses, amor— alcancé a decir.

Esperé a que pasaran algunos minutos antes de volver a la mochila. Mi respiración y mi pulso se normalizaron un poco, saqué la mochila de su escondite y tomé el cuaderno.

Lo abrí. La primera hoja estaba en blanco, la segunda ponía de título “Oficina de Resolución de Anomalías en Todos los Sitios. Notas para una crónica póstuma”, con una letra de molde estilizada, que contrastaba con la imagen de Don Pepe, a quien yo imaginaba revisando las cámaras para dar con quien había perpetrado el robo.

El corazón me dio un vuelco en el pecho y leí con atención los apuntes de quien, ahora lo sabía, se enroló en el OXXO con un propósito distinto, con una misión secreta que yo estaba por develar.

 

III

 

El cuaderno tenía entradas a modo de diario, en las que el dueño del cuaderno y las palabras había registrado religiosamente sus observaciones. También había algunas máximas, diferenciadas del resto del texto mediante recuadros que las enmarcaban. Leí con ansiedad aquella noche todo lo que Don Pepe había escrito en el cuaderno y volví a él varias veces después, guardándole el secreto que era ahora también mío.

La mayoría de las fechas venían acompañadas de registros como el número de clientes, diferenciados por género, y con algunas descripciones, los productos más vendidos, las horas más concurridas, etcétera. En otras fechas, reflexiones agudas y mordaces desprendidas del trabajo diario. A medida en que iba avanzando en la lectura, se iban definiendo los contornos de la persona que se ocultaba bajo la gorra y su conducta huraña detrás del mostrador. Voy a consignar aquí algo de lo que encontré en el cuaderno.

 

03.06.16

En este lugar que se replica en todo el país con abrumadora similitud, aquí donde las preferencias de consumo se reducen a un catálogo, se podría revelar, para el observador acucioso, la identidad profunda de los individuos que recurren a él como aparente respuesta a todas sus necesidades.

 

12.06.16

Muy frustrados todos en lo esencial.

 

15.06.16

Con esa alegría juvenil que nunca se sabe bien a bien para qué sirve, los muchachos que salen de las preparatorias se alegran sabiendo que estar aquí es estar fuera de la escuela.

 

29.06.16

No deja de asombrarme que algunos hombres de edad avanzada, de semblante recio y amenazante, compren cajas de cigarrillos sabor sandía.

 

02.07.16

Las pequeñas groserías, los desplantes neuróticos con que pretenden afirmarse los individuos prepotentes sobre, por ejemplo, los ancianos o las mujeres, son un método de evasión y sobrevivencia. Están menos urgidos de su yogurt con galletas, que de ser servidos. En realidad, el autoservicio les apena un poco, querrían que se les llevara todo a la mesa.

 

04.07.16

Tres borrachos llegaron al filo de la noche a comprar más cerveza. Juntaron sus pesos frente al mostrador y llegaron apenas al monto. Celebraron su hazaña con vítores y se repartieron palmadas masculinas. Eran desagradables pero aún me entusiasma la sociedad que se organiza.

 

09.07.16

Una madre con sus dos hijos surtió toda su despensa. Tardó 40 minutos en seleccionar y pagar mientras aplacaba a los infantes, sobre los que tenía muy poca autoridad. Nadie le tuvo paciencia. Nadie le dijo nada tampoco.

 

12.07.16

Vale la pena perseverar. Mejor si lo creen a uno muerto. El siguiente, por favor. ¿Es todo? Son 20 con 50.

 

13.07.16

Hay cosas que sabe el OXXO que ignora la vida.

 

17.07.16

Todas las demostraciones de intolerancia y de violencia social que se demuestran sin tapujos allá afuera, se someten aquí a un impás. Aquí todos se limitan de buena o mala gana, a ser uno más, a hacer la fila.

 

19.07.16

Hay en los mexicanos, susceptibles de muchos calificativos generalizables, una fuerte persistencia de la capacidad de asombro. Nos parecen increíbles las más obvias consecuencias de la vida diaria. “¡El OXXO está cerrado, el OXXO está cerrado, no mames!”, le gritaba hoy un joven a su teléfono.

 

20.07.16

El rencor individual y la frustración se forman en una fila que avanza rápido. Un refresco y unas papas, a cierta hora del día y para algunos, forman afectos impacientes que le hacen posibles sus centavos y esta tienda.

 

22.07.16

Los clientes naturales de esta tienda son todos los que pasan por aquí. La pléyade de consumidores que entran a comprar algo se parecen sólo en eso, en que entraron a comprar aquí.

 

01.08.16

La gente entra y sale, sin darse mucha cuenta de que en gestos mínimos muestran sus filias y sus fobias. A nadie le apena y salen satisfechos, aunque oculten al salir lo que han comprado. Lo que a mí me consta, o me va constando, es que aquí es una suerte de Limbo. El mejor lugar para desaparecer.

 

03.08.16

Una señora menesterosa vino hoy a darse unos lujos. Se paseó por los pasillos y eligió: un cepillo y una pasta de dientes, un paquete de servilletas, un desodorante en barra, tres latas de atún y una garrafa de destilado de agave. Pagó con un billete de 500 que le costó soltar al entregarlo.

 

05.08.16

Sólo puedes juzgar la inteligencia de las personas a través del oficio que cada quien dice representar o poseer. Yo, que ya no soy yo, despacho a los clientes y tengo por oficio la rara profesión de estar muerto. Hoy vino una niña a comprar dos latas de frijoles y se dio cuenta. Nadie me había mirado así a los ojos. Ella nunca había visto un muerto.

 

09.08.16

La mujer que vino hoy a comprar un café doble venía muy acelerada, no lo necesitaba.

 

15.08.16

El joven que creyó haberme reconocido y que venía a mirarme no viene más.

 

IV

 

Cerré el cuaderno hacia las 2 de la mañana. Estaba seguro, no podía ser otra persona. Pero en la dicha de quien resuelve un misterio, en el orgullo de saber que mi obsesión tenía sustento y al descubrir una trama inverosímil y fantástica, se escondía la maldición de no poder compartirlo. Carlos Monsiváis fingió su muerte y se metió de cajero a un OXXO para emprender un estudio antropológico y conductual que depositaría en una crónica que no podría haber hecho de otro modo. No sólo habría sonado como la más grande y estúpida de las teorías de la conspiración, me apenaba incluso pensarlo, aunque estuviera seguro. Además, le había robado el cuaderno con sus notas. Había truncado el plan final y secreto de uno de los intelectuales más reconocidos de nuestra época.

Me fui a acostar con la cabeza dando vueltas. Dormí poco y mal. A la mañana siguiente me sentía de la edad de Don José pero fui al OXXO bien temprano, arrastrando la culpa y la impresión de la noche anterior que había acompañado con cerveza. Entré con la mochila de Carlos oculta bajo una chamarra y la dejé al pie de uno de los anaqueles, compré cualquier cosa y salí. Aún, al salir, busqué con la mirada en las inmediaciones de la tienda algún anciano que pudiera parecerse a Don José. Tardé un buen tiempo en volver al OXXO, me persiguió por meses el remordimiento, la duda, la inquietud de saber más, de encontrar otro cuaderno. Pero le guardé el secreto y nunca pregunté por él a los demás dependientes.

Hoy, Carlos Monsiváis tendría ¿o tiene? 85 años y me gusta pensar que huyó cuando se supo descubierto a otro paraje de la ciudad, a otro OXXO. Yo cambié de empleo, mi novia se fue de casa y nunca he vuelto a robarle a un anciano. Sigo esperando esa crónica y aferrándome a la memoria de esas notas. A veces, cuando hago la fila para pagar, todavía pienso que me están observando, que lo que hago ahí dentro me define y que detrás de cada viejo que me atiende en la caja hay un intelectual mañoso que fingió su muerte para trabajar en un OXXO.

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